Francia atraviesa uno de los momentos de mayor tensión social en la última década. Las calles de París, Lyon, Marsella y otras ciudades se llenaron de manifestantes que protestan contra los recortes presupuestarios anunciados por el gobierno para el 2026. La convocatoria reunió a más de 280.000 personas en todo el país, según cifras oficiales, aunque los sindicatos aseguran que la cifra real se acerca al medio millón.
El malestar social quedó en evidencia: el transporte público se paralizó, hospitales funcionaron con servicios mínimos, miles de escuelas cerraron y sectores clave como farmacias y aeropuertos se vieron afectados. La huelga general, convocada por varias centrales sindicales, refleja un rechazo frontal a lo que los ciudadanos consideran una política de austeridad que golpeará principalmente a los trabajadores y a las clases medias.
Los recortes que desataron la tormenta
El plan económico presentado por el gobierno francés incluye un recorte de 20.000 millones de euros en gasto público. Los sectores más afectados serían la educación, el sistema de salud y las pensiones, con el argumento de reducir el déficit fiscal y cumplir con las exigencias de la Unión Europea.
El ministro de Finanzas defendió las medidas asegurando que Francia necesita “ajustar el cinturón” para evitar una crisis de deuda. Sin embargo, para los sindicatos, este discurso es una “excusa neoliberal” que busca trasladar el peso de la crisis económica a los trabajadores mientras las grandes empresas continúan acumulando beneficios.
Una movilización histórica
Las protestas del 18 de septiembre no fueron un hecho aislado, sino la culminación de semanas de paros parciales y marchas sectoriales. Desde los maestros hasta los controladores aéreos, pasando por médicos y farmacéuticos, todos confluyeron en una jornada de movilización masiva.
En París, la marcha principal recorrió desde la Plaza de la Bastilla hasta la Plaza de la Nación, un trayecto cargado de simbolismo histórico. Las pancartas decían frases como “No a la austeridad” y “La salud no se vende, se defiende”. La policía desplegó a más de 7.000 agentes para contener posibles disturbios. Hasta el final del día, se registraron 141 arrestos en enfrentamientos aislados con grupos radicales.
El impacto en la vida cotidiana
La huelga se sintió con fuerza en la vida diaria de los franceses. En ciudades como Lyon, los buses y tranvías funcionaron apenas al 20 % de su capacidad. Los aeropuertos reportaron la cancelación de más de 200 vuelos, lo que afectó también a miles de turistas. En los hospitales, los sindicatos médicos denunciaron que el recorte presupuestario amenaza con cerrar servicios de urgencias, situación que ya genera preocupación en comunidades rurales donde el acceso a la salud es limitado.
En el ámbito educativo, más del 60 % de los colegios públicos cerraron sus puertas, dejando a padres y madres en aprietos para cuidar a sus hijos. Esto evidenció el efecto multiplicador que pueden tener las medidas de austeridad en la vida cotidiana.
La respuesta política
La primera ministra se dirigió a la nación en cadena televisiva, llamando al diálogo y acusando a los sindicatos de “utilizar a la ciudadanía como rehenes políticos”. Sin embargo, los líderes sindicales respondieron que no se sentarán a negociar hasta que el gobierno retire el proyecto de recortes.
Los partidos de oposición aprovecharon el momento para criticar al Ejecutivo. La izquierda denunció que las medidas representan “un retroceso social inaceptable”, mientras que la extrema derecha acusó al gobierno de “seguir ciegamente las órdenes de Bruselas”.
Un fantasma que recorre Europa
Lo que ocurre en Francia también tiene un trasfondo europeo. Varios países de la Unión Europea atraviesan tensiones similares por la presión de cumplir con las reglas fiscales comunitarias. Para muchos analistas, la protesta francesa podría convertirse en un referente para otros movimientos sociales en Italia, España o Grecia, que enfrentan problemas parecidos.
Conclusión: una sociedad al límite
Las huelgas en Francia reflejan una sociedad que siente que los sacrificios siempre recaen en los mismos sectores: trabajadores, estudiantes, jubilados. Aunque el gobierno insiste en que las medidas son necesarias para estabilizar la economía, el rechazo ciudadano muestra que la legitimidad política puede quebrarse cuando la austeridad amenaza derechos básicos.
El desenlace aún es incierto: ¿cederá el gobierno y modificará su plan económico, o apostará por imponerlo a pesar del costo político y social? Por ahora, lo único seguro es que la protesta en las calles no se detendrá.