En paralelo a las noticias de Medio Oriente,
la relación EE. UU.–China escribió hoy otro capítulo intenso. El gobierno estadounidense baraja
aranceles de hasta 100 % a importaciones chinas a partir del
1 de noviembre, mientras que Pekín endureció sus
controles de exportación de tierras raras, insumos críticos para la industria tecnológica y de defensa. Pese al tono duro, la
Casa Blanca adelantó que hay una
posible reunión entre Donald Trump y Xi Jinping en Corea del Sur a fines de octubre, con la idea de desescalar.
Según el secretario del Tesoro,
Scott Bessent, el fin de semana hubo contactos extensos y se prevén
reuniones técnicas en la semana de las asambleas del Banco Mundial y el FMI en Washington. La tesis oficial es que la presión arancelaria busca corregir prácticas que Washington considera desleales —subsidios, sobrecapacidad y traslado de valor a través de cadenas dominadas por China—, pero que
existe una ventana para reconducir la relación si hay señales de reciprocidad desde Pekín.
El frente de las
tierras raras encendió alarmas en mercados: nuevas reglas chinas exigirían
licencias incluso para operaciones donde no participen firmas chinas de forma directa, lo que Washington tilda de extraterritorial e inaceptable. Para EE. UU., vulnerar ese cuello de botella es prioridad estratégica: se exploran
consorcios con la Unión Europea, India, Japón y Australia para asegurar suministros alternativos y relocalizar partes de la cadena. Los índices bursátiles reaccionaron con volatilidad, y el S&P 500 registró su baja diaria más pronunciada desde abril.
La
política interna añade capas de complejidad. La dureza retórica hacia China tiene apoyos bipartidistas en Washington, mientras estados industriales presionan por
protección ante oleadas de importaciones baratas. Del lado chino, el liderazgo de Xi busca evitar la imagen de concesión bajo presión, lo que limita el margen para
gestos inmediatos. Aun así, la diplomacia de “dos carriles” —competencia con
canales abiertos para crisis management— ha evitado tropiezos mayores en los últimos meses.
¿Qué podría salir de una
cumbre en Corea del Sur? En el mejor escenario, un
alto temporal a nuevas medidas mientras equipos técnicos discuten reglas para sectores sensibles (baterías, chips, energía). En un escenario base, veremos
señales de distensión y
hojas de ruta sobre seguridad tecnológica, sin resolver diferencias estructurales. El peor escenario sería
retórica escalada y confirmación de aranceles, con efecto dominó en cadenas globales hacia fin de año. Para América Latina —y Ecuador—, una guerra arancelaria recrudecida puede implicar
precios más altos en tecnología y
desvíos de comercio que abran nichos, pero también más volatilidad en materias primas.