Quito, 8 de agosto— En un violento episodio que continúa elevando la tensión en el conflicto entre Rusia y Ucrania, las fuerzas rusas atacaron con un enjambre de 108 drones Shahed, poco después de que expirara el ultimátum emitido por el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. El ataque se produjo el 8 de agosto de 2025 y, aunque la defensa aérea ucraniana logró interceptar buena parte de estos proyectiles no tripulados, varios alcanzaron blancos civiles, causando al menos seis heridos, incendios y daños materiales significativos.
Los drones alcanzaron múltiples objetivos en distintas regiones: en la ciudad de Bucha, ubicada cerca de Kiev, al menos tres mujeres resultaron lesionadas; en Járkov, varios drones incendiaron una empresa industrial en el distrito de Saltivskyi; y en Sumy, uno de los artefactos alcanzó a un civil de 54 años, según reportes de las autoridades locales .
El uso masivo de drones kamikaze refleja una clara intensificación de la estrategia rusa, que busca saturar y desbordar las defensas aéreas ucranianas, utilizando armas de bajo costo y alta efectividad táctica.
Fuentes de inteligencia internacional indicaron que, detrás del ataque, existe un propósito político: mostrar capacidad de agresión y disuasión inmediata si no se respetan los términos del ultimátum establecido por Trump, que exigía el cese de estas ofensivas antes de su expiración. Al no observarse una retirada ni un alto el fuego, Moscú procederó con esta demostración bélica contundente .
El gobierno de Ucrania, por su parte, condenó firmemente el ataque. El presidente Volodímir Zelenski lo calificó como una “nueva agresión gratuita y brutal contra nuestro pueblo”, y llamó a la comunidad internacional a intensificar el apoyo militar y humanitario. Ante ese llamado, líderes de la Unión Europea y aliados como Estados Unidos expresaron su preocupación por la escalada, prometiendo revisar los suministros de defensa aérea y acelerar la entrega de ayuda militar .
Organismos internacionales, entre ellos la OTAN y la ONU, también expresaron alarma ante la intensidad y frecuencia creciente de los ataques con drones, que ya no se limitan a zonas fronterizas o estratégicas, sino que alcanzan áreas pobladas, residenciales y con alto valor simbólico. El esquema dentrífico de estas 108 unidades representa una táctica deliberada de presión psicológica, más allá de su costo material.
Desde el frente militar, los analistas resaltan que la defensa ucraniana ha demostrado mejoras tácticas, al interceptar la mayoría de los drones mediante sistemas móviles y radarizados. Sin embargo, también advierten que la creciente cantidad y diversificación de los vectores aéreos rusos —incluyendo misiles de crucero y drones submarinos— exige una respuesta más ágil, amplia y coordinada entre aliados.
El ataque llega en un contexto internacional convulso: mientras algunos políticos estadounidenses cuestionan los recursos asignados a la ofensiva, otros insisten en que fortalecer las capacidades defensivas ucranianas es esencial para contener a Rusia y prevenir una escalada mayor hacia Europa.
Dentro de Ucrania, el ánimo de la población es de rabia y determinación. Comunidades afectadas ya movilizan esfuerzos solidarios para evacuar heridos, apagar incendios y reconstruir viviendas dañadas. Voluntarios y activistas siguen al pie del cañón, reclamando más apoyo y reconocimiento del mundo libre.
De fondo, este ataque vuelve a poner sobre la mesa temas clave: la efectividad de las sanciones económicas, la necesidad de respaldar con tecnología avanzada a Kiev, y la urgencia de que potencias occidentales consoliden una postura firme ante agresiones repetidas.
Con la guerra entrando en su cuarto año, el uso masivo de drones rusos plantea una nueva modalidad de conflicto: uno más silencioso, letal y psicológico. El desafío para Ucrania y sus aliados no solo es militar, sino moral, comunicativo y estratégico.