La jornada del 13 de octubre de 2025 quedará marcada como un punto de inflexión tras dos años de guerra. Hamas liberó a los 20 últimos rehenes israelíes que seguían con vida, mientras Israel excarceló a un amplio contingente de prisioneros palestinos en el marco de un acuerdo más amplio de cese del fuego. La noticia fue confirmada por agencias internacionales y seguida en tiempo real por multitudes que se congregaron en la llamada Hostages Square de Tel Aviv, convertida desde 2023 en símbolo del reclamo por el retorno de los secuestrados.
La liberación se ejecutó por fases y bajo estrictas medidas de seguridad, con traslado de los rehenes a territorio israelí para su evaluación médica y posterior reencuentro con familiares. Imágenes y testimonios desde Tel Aviv mostraron escenas de profunda emoción, pero también de duelo por quienes no regresarán con vida: Israel espera además la devolución de restos de rehenes fallecidos como parte de los entendimientos humanitarios.
El intercambio de prisioneros fue el componente más sensible del pacto: según recuentos periodísticos y autoridades israelíes, el gobierno aprobó la liberación de un número cercano a los 2.000 presos palestinos en paralelo al retorno de los rehenes. Este canje, aunque polémico en Israel por su magnitud y el perfil de algunos excarcelados, fue presentado por el gabinete como “un costo inevitable” para cerrar el capítulo más doloroso de la guerra.
En el frente político, la escena tuvo un protagonista adicional:
el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, viajó a Jerusalén y pronunció un discurso ante la Knesset en el que declaró que “la guerra ha terminado”, en alusión al cese del fuego y al paquete de medidas que Washington impulsa para cimentar una paz duradera. El gesto tuvo una fuerte carga simbólica y generó reacción internacional inmediata; algunos lo aplaudieron como liderazgo efectivo, otros lo calificaron de triunfalista antes de que se despejen incógnitas clave.
Porque más allá de la euforia,
persisten preguntas estructurales: ¿cómo se verificará el
desarme de Hamas y qué incentivos tendrá para cumplirlo? ¿Quién y cómo
gobernará Gaza en la posguerra —una misión que requerirá ingentes recursos, legitimidad interna y un andamiaje de seguridad aceptable para Israel—? ¿Qué
garantías multilaterales habrá para que un alto el fuego frágil no se quiebre ante el primer incidente? Analistas en Jerusalén, Ramala y capitales árabes advierten que, si esos temas no tienen respuestas verificables, el ciclo de violencia podría reactivarse.
Incluso el propio movimiento islamista buscó
mostrar fuerza en el terreno durante la operación, desplegando combatientes en sectores de Gaza como recordatorio de su presencia. Para Israel, esa escena subraya la prudencia con que debe moverse cualquier autoridad provisional o fuerza de seguridad que entre en la Franja. Para los mediadores, es otro argumento a favor de “anillos” de verificación y supervisión internacional que incluyan a Egipto y a actores europeos.
En síntesis, el día deja una fotografía poderosa: familias reunidas, convoyes humanitarios entrando y señales políticas de desescalada. Pero la película completa recién empieza: el éxito del cese del fuego dependerá de que los incentivos estén alineados y de que las garantías sean creíbles. Hoy se anotó un avance significativo; transformar este hito en paz sostenible exigirá, desde mañana, diplomacia paciente, seguridad efectiva y un plan realista de reconstrucción.